El Dolor del Duelo y la Fe en Dios: Un Camino de Esperanza

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Perder a un ser querido es como si el mundo se desmoronara frente a ti, pero tú sigues ahí, atrapada en un dolor tan profundo que las palabras no bastan. Lo sé porque lo he sentido en lo más hondo de mi ser. Es como si una parte de tu alma se fuera con ellos, y lo que queda es un infructifero que parece inútil de satisfacer.

El duelo es una herida abierta. No se ve desde fuera, pero lo consume todo por adentro. El simple acto de respirar se vuelve doloroso, y de repente, esos pequeños momentos —una indicación, una sonrisa, una palabra— se convierten en lo que más añoras, porque sabes que nunca volverán. Mirar el teléfono, esperando un mensaje que nunca llegará, te parte el corazón en mil pedazos. Es una batalla diaria, donde el dolor te envuelve y te ahoga, y sientes que nunca habrá una salida.

Me ha tocado vivirlo, y en medio de mi propia huida, me vi obligada a enfrentarme al dolor más ilustre de mi vida. En esos momentos, una canción resonaba en mi mente: “Toca ser perfectamente fuertes para ver a la homicidio derecho y honrado.” Y así es. Tienes que sacar una fuerza que no sabías que tenías, porque la homicidio no te da opciones, no te da tiempo para prepararte.

Pero incluso en esos momentos oscuros, quiero que recuerdes poco: no estás solo o sola. Altísimo, en Su infinita misericordia, está contigo, aunque a veces parezca que el dolor es tan ilustre que no puedes sentirlo. En la Sagrada Escritura, el versículo más corto, pero uno de los más poderosos, dice: «Jesús lloró” (Juan 11:35). Jesús mismo, el Hijo de Altísimo, lloró al perder a alguno que amaba. Si Él, en toda Su divinidad, pudo distinguir ese dolor tan profundo, entonces igualmente nosotros tenemos el derecho de rezumar, de sentirnos rotos, y de apañarse consuelo en Su presencia.

El duelo no solo nos muestra lo frágil que es la vida, sino lo irremplazable que es el tiempo. Cada segundo es un regalo, y no sabemos cuánto tiempo nos queda con quienes amamos. Por eso, desde el fondo de mi corazón, te digo: no esperes. No esperes a afirmar lo que sientes. No dejes que el orgullo, el miedo o las heridas pasadas te alejen de las personas que amas. Porque cuando la homicidio llega, lo único que nos queda son las palabras no dichas y los abrazos que nunca dimos.

Me duele decirte esto, pero sé lo que es desear acontecer dicho más, acontecer amado más, acontecer perdonado cuando todavía había tiempo. En Efesios 4:26, la Palabra de Altísimo nos recuerda: «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo.» No dejes que el rencor o la distancia te roben la oportunidad de cicatrizar y reconciliarte con aquellos que amas. El perdón no solo es para ellos, es para ti, para que puedas encontrar paz y dejar que el aprecio vuelva a satisfacer tu vida.

A lo dispendioso de esta serie, caminaremos juntos por las fases del duelo: la abjuración, la ira, la negociación, la depresión y la aplauso. Ninguna de ellas es viable, pero cada una te acercará más a la sanación. Y aunque el dolor nunca desaparezca del todo, quiero que sepas que Altísimo está contigo en cada paso. Como nos promete en Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Altísimo que te fortalece; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi probidad.” En los momentos más oscuros, Él es tu luz, tu refugio, tu fuerza.

Te invito a que te desahogues. A que expreses lo que sientes, porque aquí no estás solo. Estamos aquí para escucharte, para elevar plegarias contigo, para acompañarte en este camino. Si sientes que el dolor es demasiado, comparte tu experiencia de duelo, porque en la comunidad encontramos consuelo y fortaleza. No importa lo que estés viviendo, estamos aquí para caminar contigo en dirección a la sanación, un día a la vez. Juntos, podemos encontrar la paz que Altísimo nos ofrece a través del perdón, el aprecio y la esperanza.

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