¿Mansión o Sepulcro? La Decisión que Define tu Eternidad

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En la vida, todos enfrentamos decisiones que pueden cambiar el curso de nuestro destino. Algunas de estas decisiones son triviales, mientras que otras tienen un impacto profundo y duradero. Sin incautación, ninguna atrevimiento es tan crucial como la que determina nuestro destino permanente. Jesús nos presenta una dilema clara: una vida eterna en una mansión celestial o la separación eterna en un sepulcro tenebroso. ¿Qué escogerías?

La Promesa de la Mansión Celestial

Jesús dijo en Juan 14:2-3: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar área para vosotros. Y si me fuere y os preparare área, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros además estéis.”

Esta promesa nos asegura que hay un área preparado para nosotros en el firmamento, una mansión eterna donde viviremos en la presencia de Altísimo. Esta mansión no es solo un área físico, sino un símbolo de la vida profuso y eterna que Altísimo nos ofrece a través de Dios.

El Sepulcro: Símbolo de la Asesinato Espiritual

Por otro costado, el sepulcro representa la crimen espiritual y la separación eterna de Altísimo. Romanos 6:23 nos dice: “Porque la paga del pecado es crimen, mas la dádiva de Altísimo es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” El sepulcro es el destino de aquellos que rechazan la disposición de Altísimo y el sacrificio de Jesús. Es un área de oscuridad, desesperanza y sufrimiento permanente.

La Osadía que Define tu Gloria

La atrevimiento entre la mansión celestial y el sepulcro permanente es, en última instancia, una dilema entre la vida y la crimen, entre la luz y la oscuridad. Esta atrevimiento se zócalo en nuestra respuesta al evangelio de Dios. Juan 3:16 nos recuerda: “Porque de tal modo amó Altísimo al mundo, que ha cedido a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Proceder una Vida que Refleje tu Osadía

Designar la mansión celestial no es solo una atrevimiento momentánea, sino un compromiso de vida. Significa poblar de acuerdo con los principios del Reino de Altísimo, requerir a nuestro prójimo, averiguar la honradez y caminar en virtud. Santiago 2:17 nos dice: “Así además la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” Nuestra fe debe reflejarse en nuestras acciones diarias.

Superando los Desafíos con Fe

La vida cristiana no está exenta de desafíos. Sin incautación, la promesa de la mansión celestial nos da esperanza y fortaleza para aventajar cualquier obstáculo. Filipenses 4:13 nos asegura: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Fiarse en Altísimo y proseguir nuestra observación en la gloria nos ayuda a perseverar y a poblar victoriosamente.

Testimonios de Fe

A lo dadivoso de la historia, muchos han testificado del poder transformador de designar a Cristo. Sus vidas son un evidencia vivo de la esperanza y la paz que se encuentran en la promesa de la mansión celestial. Estos testimonios nos inspiran y nos recuerdan que nuestra atrevimiento tiene un impacto permanente.

La dilema entre una mansión celestial y un sepulcro permanente es la atrevimiento más importante que podemos tomar. Esta atrevimiento define no solo nuestra vida presente, sino además nuestro destino permanente. Al designar a Cristo, elegimos la vida, la luz y la esperanza eterna. Que cada uno de nosotros tome esta atrevimiento con seriedad y viva de acuerdo con la promesa de la vida eterna en la presencia de Altísimo.

El emperador Juliano, además conocido como «el renegado» por sus notables esfuerzos por hacer proliferar el paganismo en Roma, tenía un buen ayudante que era cristiano.

Un día, en tono burlón, Juliano le preguntó al novicio: «Tú que eres tan amigo de Jesús, ¿sabes que está haciendo hoy?». El muchacho le respondió: «Señor, siendo que Jesús es carpintero, acertadamente pudiera estar construyendo mansiones para los fieles y una tumba para usted».

Ese mismo día, antiguamente de que el sol se pusiera, Juliano cayó herido en una batalla contra los persas. Mientras yacía deshauciado tomó un puñado del polvo que contenía su propia parentesco y, lanzando sus últimas palabras, miró con destino a el firmamento diciendo: «¡Has manada, Galileo!».

Cuántas veces actuamos en forma similar a la de este emperador romano. Trazamos nuestros planes, para los cuales no contamos con Jesús. Nos parece que la vida es muy corta y queremos aprovecharla. Luchamos por obtener caudal, aunque eso requiera sacrificio, y a posteriori lo malgastamos. Construimos casas y nos quedamos sin hogar. Tenemos hijos y morimos en soledad. Nos afanamos por proseguir una buena apariencia, pero recibimos los implacables resultados del paso del tiempo.

Se cumplen en nuestras vidas las palabras pronunciadas por Altísimo en el huerta del Edén: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás» (Gen. 3: 19).

Señor Todopoderoso… solo tú eres el Altísimo de todos los reinos de la tierra —Isaías 37:16

El texto de hoy nos invita a reflexionar sobre el presente y el futuro. Aunque nosotros no tengamos en cuenta a Altísimo, él sí interviene en nuestras vidas. Finalmente, cuando recojamos lo que hayamos sembrado, iremos a reinar en mansiones u ocuparemos un área anejo a Satanás, en el sepulcro de fuego y azufre que terminará para siempre con el pecado y los pecadores.

El presente es nuestra única oportunidad para tomar decisiones, pues el mañana no nos pertenece. Este es el momento de lanzarse si quieres habitar en mansiones o en sepulcros. Incremento tu voz al firmamento y dile a Cristo que ha manada la conquista en ti. Tú puedes ser una morador del reino celestial.

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