¿Se Deleita Dios en Mí? Descubre Su Complacencia en Nuestra Santidad Imperfecta

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La pregunta «¿Se deleita Dios en mí?» es profunda y llena de significado. A menudo, nos cuestionamos si nuestras acciones, pensamientos y comportamientos son lo suficientemente buenos para agradar a Dios. Sin embargo, la realidad es que la complacencia de Dios no se basa únicamente en nuestra perfección, sino en nuestra disposición a buscarlo y vivir en santidad, aunque sea imperfecta. En este artículo, exploraremos cómo Dios se deleita en nosotros y cómo podemos entender Su amor y aceptación.

La Naturaleza del Deleite de Dios: ¿Qué Significa Realmente?

Cuando hablamos de que Dios se deleita en nosotros, es fundamental entender qué significa esto en un contexto espiritual.

La Complacencia de Dios: Más Allá de Nuestros Méritos

  1. Un Amor Incondicional: La complacencia de Dios no depende de nuestras obras. En Romanos 5:8, se nos recuerda que «Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores». Esto indica que Su amor es incondicional y no está basado en nuestro desempeño.
  2. La Gracia de Dios: La gracia juega un papel crucial en cómo Dios nos ve. Él se deleita en nosotros no porque seamos perfectos, sino porque somos Sus hijos redimidos a través de Cristo. El hecho de que seamos imperfectos no disminuye Su amor por nosotros.

La Importancia de la Santidad Imperfecta

  1. Buscar la Santidad: Aunque nuestra santidad es imperfecta, Dios se deleita cuando buscamos vivir conforme a Su voluntad. En Hebreos 12:14, se nos instruye a «seguir la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor».
  2. Un Proceso Continuo: La santidad es un viaje, no un destino. En este camino, Dios se deleita en cada esfuerzo genuino que hacemos por acercarnos a Él y vivir en Su luz.

¿Cómo Puedo Saber si Dios Se Deleita en Mí?

A menudo, nos preguntamos si realmente estamos agradando a Dios. Aquí hay algunas formas de discernir Su deleite en nuestras vidas.

La Presencia del Espíritu Santo en Nuestro Corazón

  1. El Testimonio Interno: Uno de los signos de que Dios se deleita en nosotros es la paz que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón. En Romanos 8:16, se nos recuerda que «el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios».
  2. Convicción y Crecimiento: La presencia del Espíritu Santo también nos guía y nos convence de lo que está bien y lo que está mal. Si sientes convicción por tus acciones, es una señal de que Dios está trabajando en ti.

La Alegría en el Servicio y la Obediencia

  1. Gozo en la Obediencia: Cuando servimos a Dios y a los demás, experimentamos una alegría que proviene de Él. Este gozo es un indicador de que estamos alineados con Su voluntad.
  2. La Satisfacción de Cumplir Su Propósito: Al encontrar satisfacción en hacer la obra de Dios, podemos estar seguros de que Él se deleita en nosotros. En Colosenses 3:23, se nos instruye a «hacer todo de corazón, como para el Señor».

La Santidad Imperfecta: ¿Qué Significa y Cómo la Vivimos?

La santidad imperfecta es una realidad para todos los creyentes. Comprenderla nos ayuda a aceptarnos y a aceptar a los demás.

La Realidad de Nuestra Imperfección

  1. Todos Somos Imperfectos: En 1 Juan 1:8, se nos dice que «si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos». Es esencial reconocer que todos fallamos y que nadie es perfecto ante Dios.
  2. Aceptación de Nuestra Condición: Aceptar nuestra imperfección nos permite vivir en humildad. Cuando reconocemos nuestras falencias, nos abrimos a la gracia de Dios y a Su perdón.

La Búsqueda Continua de Santidad

  1. Un Esfuerzo Diariamente: La búsqueda de la santidad es un esfuerzo diario. Al dedicar tiempo a la oración, la lectura de la Biblia y la comunidad con otros creyentes, podemos crecer en nuestra relación con Dios.
  2. La Importancia de la Rendición: Rendirse a Dios y permitir que Él trabaje en nuestra vida es crucial. Cuando hacemos esto, Su gracia nos transforma y nos guía hacia una vida más santa.

Cómo Agradar a Dios: Prácticas que Reflejan Su Complacencia

Si deseas agradar a Dios y experimentar Su deleite, hay prácticas que puedes implementar en tu vida diaria.

La Oración como Medio de Conexión

  1. Comunicación con Dios: La oración es fundamental para mantener una relación cercana con Dios. A través de la oración, expresamos nuestras preocupaciones, agradecimientos y deseos.
  2. Escuchar a Dios: Además de hablar, debemos estar dispuestos a escuchar. La oración es un diálogo donde Dios también nos habla a través de Su Palabra y del Espíritu Santo.

La Lectura de la Palabra de Dios

  1. Alimentar el Espíritu: La Biblia es nuestra guía espiritual. Al leer y meditar en ella, encontramos principios que nos ayudan a vivir en santidad.
  2. Aplicar lo Aprendido: No se trata solo de leer, sino de aplicar las enseñanzas en nuestra vida. Esto refleja nuestro deseo de agradar a Dios y vivir según Su voluntad.

La Comunidad Cristiana: Un Pilar en Nuestra Santidad Imperfecta

La comunidad de creyentes juega un papel vital en nuestra vida espiritual y en la búsqueda de la santidad.

La Importancia de la Compañía en la Fe

  1. Apoyo Mutuo: La comunidad nos brinda apoyo y ánimo. En Hebreos 10:24-25, se nos instruye a no dejar de congregarnos, ya que la compañía de otros es esencial para crecer en la fe.
  2. Testimonios que Inspiran: Al compartir nuestras experiencias, podemos inspirarnos mutuamente. Los testimonios de otros nos recuerdan que no estamos solos en nuestra búsqueda de Dios.

La Oración en Comunidad

  1. Poder de la Oración Colectiva: La oración en comunidad tiene un impacto poderoso. Cuando oramos juntos, elevamos nuestras voces a Dios y buscamos Su dirección.
  2. Aumentar la Fe: Orar con otros fortalece nuestra fe. Nos recordamos mutuamente que Dios es fiel y que Su deleite en nosotros es real.

La Gracia: El Pilar de Nuestra Santidad Imperfecta

La gracia es un concepto fundamental en la vida cristiana que nos ayuda a entender la santidad imperfecta.

La Gracia que Nos Sostiene

  1. Un Regalo No Merecido: La gracia es el regalo inmerecido de Dios. En Efesios 2:8-9, se nos dice que somos salvos por gracia, no por obras. Esto nos recuerda que nuestra relación con Dios no se basa en nuestros logros.
  2. La Gracia que Transforme: La gracia no solo nos salva, sino que también nos transforma. Nos capacita para vivir de manera que agrada a Dios, a pesar de nuestras imperfecciones.

La Responsabilidad de Vivir en Gracia

  1. Vivir en Gratitud: Al reconocer la gracia de Dios en nuestras vidas, debemos responder con gratitud. Esto se traduce en un deseo de vivir de manera que lo honre.
  2. Extender Gracia a Otros: Así como hemos recibido la gracia de Dios, estamos llamados a extenderla a los demás. Al hacerlo, reflejamos el carácter de Cristo.

La Complacencia de Dios en Nuestra Imperfección

La pregunta «¿Se deleita Dios en mí?» puede tener una respuesta afirmativa. Dios se deleita en nosotros no por nuestra perfección, sino por nuestra búsqueda de Su corazón y nuestra disposición a vivir en santidad, aunque sea imperfecta.Al entender que Su amor es incondicional y que Su gracia nos sostiene, podemos vivir con la certeza de que somos aceptados y amados. Nuestra santidad imperfecta es un viaje, y en cada paso, Dios se alegra de ver nuestro esfuerzo por acercarnos a Él. ¡Bien hecho! No olvides que, a pesar de nuestras luchas, siempre hay esperanza en Su amor y Su gracia.

Si pudiéramos destilar la voluntad de Jehová para Su pueblo en una simple oración, no podríamos hacerlo mejor que una súplica a menudo repetida de Robert Murray M’Cheyne: «Señor, hazme tan santo como un pecador perdonado puede serlo» (Memoir and Remains of Robert Murray M’Cheyne [Memorias y relatos de Robert Murray M’Cheyne], p. 159).

¿Con qué frecuencia una oración así se posa en tus labios? ¿Hasta qué punto tal deseo da forma a tus esperanzas y planes? Si los anhelos de tu corazón pudieran departir, ¿exclamaría alguno de ellos: «Hazme tan santo como pueda ser»?

El deseo de Jehová por nuestra bondad arde en las Escrituras como un fuego purificador. Pablo quiere que pensemos así: «Porque esta es la voluntad de Jehová: su santificación» (1 Ts 4:3). Pedro quiere que pensemos así: «Como Aquel que los llamó es Santo, así además sean ustedes santos en toda su forma de radicar» (1 P 1:15-16). Hebreos quiere que pensemos así: «Busquen la paz con todos, y la bondad, sin la cual nadie verá al Señor» (He 12:14).

Jehová quiere que pensemos así de muchas otras maneras. Nuestra bondad le deleita (Sal 40:6-8), le agrada (1 Ts 4:1), se eleva en presencia de Él como una ofrenda fragante (Fil 4:18), suscita Su aprobación y Su alabanza (Ro 2:29; 12:1). Si quieres satisfacer a un Jehová santo, sé todo lo santo que puedas ser.

La bondad y las falsedades que se piensan de ella

Antiguamente de considerar por qué la bondad alegra a Jehová, reflexionemos un momento sobre lo que entendemos por bondad. Como muchas palabras bíblicas conocidas, la palabra bondad puede perderse en una neblina de conceptualización. Si no tenemos cuidado, con el tiempo podemos venir a asociar la palabra con imágenes o ideas contrarias a la existencia.

Algunos, por ejemplo, pueden oír bondad y pensar (quizá inconscientemente) en poco insípido o cansado. «Virtud» pertenece a un museo o a una tienda de antigüedades, silenciosa y pesada. La verdadera bondad, sin incautación, no admite la insipidez ni el aburrimiento. La Escritura palabra de la «majestad de la bondad», de la bondad como «prestigio y hermosura» (1 Cr 16:29; Éx 28:2). Como escribe Sinclair Ferguson, las personas santas brillan con poco del resplandor propio de Jehová:

«Santificar» significa que Jehová readquiere personas y cosas que han sido dedicadas a otros usos, y que han sido poseídas para fines distintos de Su prestigio, y las toma en Su posesión para que reflejen Su propia prestigio (The Holy Spirit [El Espíritu Santo], p. 140).

La verdadera bondad es impresionantemente bella. Participa de la propia prestigio de Jehová, una prestigio rebosante de vida y majestad.

Otros pueden escuchar la palabra bondad y pensar principalmente en rituales religiosos: leyes alimentarias y sacrificios en el templo, quizás, o una devoción a las rutinas eclesiásticas. Pero tal fue el error de muchos fariseos: esos puntuales y precisos paquetes corruptos de «adoración» (Mt 23:25-28). La verdadera bondad penetra hasta lo más profundo de la persona; toca y transforma «espíritu, alma y cuerpo» (1 Ts 5:23). La bondad es una mano que toca las cuerdas ocultas del corazón, llenando toda la vida de proporción celestial. No es humo que surge del altar, sino fe y sexo que surgen del alma (Sal 40:6-8).

Por postrero, es posible que algunos al oír departir de bondad se pregunten qué relevancia tiene en la vida diaria. Tal vez la bondad parezca como una montón: a kilómetros sobre el suelo e impracticable de abrazar. Pero la verdadera bondad tiene todo que ver con la vida diaria. Cuando Jesús y Sus apóstoles nos llaman a la bondad, se refieren a lo que pensamos y hablamos, a lo que comemos y bebemos, a lo que gastamos y ahorramos, a lo que trabajamos y descansamos. Incluso en el día más ordinario, nunca llega un momento en que «sean santos» no signifique poco práctico. La bondad alpargata y dignifica nuestro quehacer frecuente.

Y esa bondad —hermosa, profunda y amplia— agrada a Jehová.

El engorroso deleite de Jehová

Dependiendo de tu personalidad y de tu formación teológica, la idea de que nuestra bondad deleite a Jehová puede gestar algunas preguntas. Algunos, especialmente los amantes de la doctrina de la excusa, pueden preguntarse: ¿Azar Jehová no se deleita ya en mí? Otros, sobre todo los sensibles y escrupulosos, se preguntarán: ¿Cómo podría Jehová deleitarse en mí?

¿Azar Jehová no se deleita ya en mí?

Para algunos, la idea de que nuestra bondad deleita a Jehová parece restarle valía a la excusa por la fe sola (o al menos entrar en tensión con ella). ¿No se deleita Jehová en la perfecta bondad de Cristo que ahora se me atribuye por la fe? ¿No me pasión «santo y amado» ayer de que obedezca (Col 3:12) e incluso posteriormente de que peque (1 Co 6:11)?

Estas preguntas nos empujan en torno a una distinción útil. Por un banda, Jehová se complace inquebrantablemente en Su pueblo porque estamos unidos a «Su Hijo amado» (Col 1:13), nuestro Salvador santo que sigue siendo el mismo ayer, hoy y siempre (He 13:8). Estamos en Cristo  —revestidos de Su conciencia, santificados por Su pureza— y, luego, plenamente aprobados a los fanales de Jehová. Sin incautación, por encima de este fundamento del ayuda inmutable de Jehová, podemos agradarle más o menos, dependiendo de cómo vivamos. Podemos entristecer al Espíritu o alegrarlo (Ef 4:30); podemos satisfacer al Jehová Todopoderoso o disgustarlo (Ef 5:9-10).

La imagen de la disciplina paterna en Hebreos 12 une estos dos tipos de deleite. Toda disciplina implica cierto cargo de desagrado o desaprobación. Al mismo tiempo, toda buena disciplina brota de un sexo profundo. «El Señor al que ama, disciplina» (He 12:6, pedantería añadido). Bajo el desagrado de la disciplina de Jehová se esconde Su profundo e inmutable afecto paternal.

Porque nos ama, alega a nuestros desagradables pecados con disciplina, y mediante la disciplina nos hace más gratos. Nos da la seguridad de Su aprobación eterna en Cristo y, sorprendentemente, además nos da la dignidad de convertirnos en el tipo de personas que escucharán Su «acertadamente siervo bueno y fiel».

¿Cómo podría Jehová deleitarse en mí?

Otros se hacen una pregunta diferente sobre el deleite de Jehová. Entienden por qué la bondad agrada a Jehová, y les encantaría sentirse agradables en presencia de Él. Pero parece que no pueden imaginar que la bondad de ellos —su pequeña bondad que tropieza— sea alguna vez lo suficientemente pura como para agradarle. Tal vez en el Paraíso deleiten a Jehová, pero ¿cómo podrían hacerlo ahora?

Siento la fuerza de la pregunta. Nuestros pecados son todavía muchos, nuestras imperfecciones actuales son profundas, y las motivaciones mezcladas manchan incluso nuestras mejores obras. En este banda del Paraíso, Jehová siempre puede desaprobar poco adentro de nosotros. Así que puede parecer más seguro simplemente refugiarse en la conciencia de Cristo y esperar hasta que seamos perfectos para creer que somos agradables. Pero eso sería un gran error.

Si nosotros, aunque confiamos en Jesús y tratamos de seguirle, dudamos de que Jehová pueda deleitarse en nuestra bondad, necesitamos tener en cuenta con qué frecuencia Jehová utiliza el jerga del deleite para describir Su postura en torno a Su pueblo parcialmente santificado. Jehová dice que el sexo fraternal le agrada (Ro 14:18), que el hecho de que compartamos con los demás le agrada (He 13:16), que le agrada que oremos por las autoridades (1 Ti 2:3-4), que le agrada la obediencia de un hijo a sus padres (Col 3:20), incluso que podemos «hacer en todo, lo que le agrada» (Col 1:10). En cada uno de estos ejemplos (y en muchos más), Él no miente. El santo, santo, santo Jehová es maravillosa y asombrosamente cualquiera a quien podemos satisfacer.

Las raíces de Su aprobación

Si preguntamos por qué esa bondad imperfecta agrada a Jehová, podríamos dar varias respuestas. Podríamos rememorar que nuestra bondad presente es carencia menos que el carácter inaugural de Cristo en nosotros (2 Co 3:18), Su imagen rescatada y renovada (Ro 8:29) —y Jehová ama la prestigio de Su Hijo. Todavía podríamos rememorar que nuestra bondad es fruto del Espíritu Santo (Gá 5:22-23) —y al igual que en el principio, Jehová considera la obra creadora de Su Espíritu como «buena», de hecho «buena en gran forma» (Gn 1:31).

O podríamos rememorar, como escribe Richard Sibbes, que Jehová es capaz de tener una visión a derrochador plazo de nuestra bondad, viendo el pequeño paso de hoy como parte de un cuadro mucho más excelso y hermoso:

Cristo nos valora por lo que seremos y para lo que hemos sido elegidos. A una planta pequeña la llamamos árbol, porque está creciendo para serlo. «¿Quién ha despreciado el día de las pequeñeces?» (Zc 4:10). Cristo no quiere que despreciemos las cosas pequeñas (The Bruised Reed [La caña cascada], p. 17).

Las palabras edificantes de hoy, la pureza de pensamiento, el servicio abnegado, la oración anhelante en torno a el Paraíso, son como semillas que se convierten en robles, capullos a punto de florecer, granos de mostaza destinados a crecer y sobrevivir a las sufrimientos y cardos de nuestro pecado. Y por eso le agradan.

Sin incautación, podemos ir más profundo.

La ventura en el corazón

En el fondo, podríamos proponer que Jehová está contento con nuestra bondad porque el corazón de la verdadera bondad es la ventura en Jehová. Jehová hizo el mundo para que las personas como nosotros encontremos nuestro viejo alegría en Él y lo glorifiquemos como el viejo Felicidad del mundo: el reservas en el campo, la perla de precio infinito, distinguido entre diez mil (y mucho más). Si pudiéramos pelar las capas de una vida verdaderamente santa, encontraríamos un corazón que palpita con tal deleite en Jehová.

Las personas que crecen en bondad han sentido, con Pablo, poco del «valía supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor», un valía que nos hace estar más dispuestos a sufrir que a pecar (Fil 3:8-10). Con Lagrimoso, hemos saliente de las cisternas rotas del pecado, hemos bebido profundamente de la fuente y ahora de allí no nos vamos (Jr 2:13-14). Con Juan, hemos tomado los mandamientos de Jehová y hemos dicho, con un quejido de alegría: «¡No son difíciles!» (1 Jn 5:3). Con David, hemos probado y trillado que Jehová es bueno (Sal 34:8), que Su presencia es la plenitud del alegría y Su diestra la provincia de los deleites eternos (Sal 16:11).

Tal bondad es hermosa, un destello del sexo entre el Padre y el Hijo, el esencia de la ámbito del Paraíso. Esa bondad es profunda en el corazón, llena nuestro interior con ríos de agua viva. Esa bondad es amplia, se extiende sobre la vida como las aguas cubren el mar. Esa bondad hace oportuno a Jehová.

Así que, si queremos destilar la voluntad de Jehová para Su pueblo en una oración sencilla, no podemos hacerlo mejor que la sorprendente frase de M’Cheyne: «Señor, hazme tan santo como un pecador perdonado pueda serlo». Y mientras oramos, sabremos lo que queremos proponer en el fondo: «Señor, hazme tan oportuno en Ti como un pecador perdonado pueda serlo».

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