Reflexiones de Fe: La Pregunta Más Importante sobre Jesús

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En el corazón de la fe cristiana yace una pregunta fundamental que cada persona debe enredar en algún momento de su vida: ¿Quién es Jesús para mí? Esta pregunta no solo define nuestra relación con Altísimo, sino que además moldea nuestra identidad, propósito y destino perdurable. En este artículo, exploraremos la importancia de esta pregunta y cómo nuestras respuestas pueden modificar nuestras vidas.

La Pregunta de Jesús

En los Evangelios, Jesús plantea esta pregunta a sus discípulos en un momento crucial de su servicio. En Mateo 16:15, Jesús pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro contesta con una confesión de fe que ha resonado a lo dispendioso de los siglos: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Altísimo viviente” (Mateo 16:16). Esta exposición no solo reconoce la identidad divina de Jesús, sino que además establece la pulvínulo sobre la cual se edifica la Iglesia.

La Relevancia de la Pregunta Hoy

La pregunta de Jesús sigue siendo relevante hoy en día. En un mundo saciado de distracciones y voces contradictorias, es esencial que cada creyente reflexione sobre quién es Jesús en su vida. ¿Es simplemente un gran pedagogo o profeta? ¿O es verdaderamente el Salvador y Señor de nuestras vidas? La respuesta a esta pregunta determina cómo vivimos nuestra fe y cómo nos relacionamos con los demás.

Jesús como Salvador

Confesar a Jesús como Salvador implica aceptar su sacrificio en la cruz como el medio por el cual somos reconciliados con Altísimo. En Juan 3:16, leemos: “Porque de tal modo amó Altísimo al mundo, que ha cedido a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Esta verdad transforma nuestra perspectiva sobre el pecado, el perdón y la soltura. Nos invita a radicar en agradecimiento y obediencia, sabiendo que hemos sido redimidos a un suspensión costo.

Jesús como Señor

Aceptar a Jesús como Señor significa someter nuestras vidas a su autoridad y seguir sus conocimiento. En Lucas 6:46, Jesús pregunta: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” Ser discípulo de Jesús implica un compromiso diario de radicar conforme a sus mandamientos y despabilarse su voluntad en todas las áreas de nuestra vida. Esto incluye requerir a nuestros enemigos, perdonar a quienes nos han ofendido y servir a los necesitados.

La Transformación Personal

Objetar a la pregunta de Jesús no es solo un deporte intelectual; es una experiencia transformadora. Cuando reconocemos a Jesús como nuestro Salvador y Señor, experimentamos una renovación interior que afecta todas las áreas de nuestra vida. El defensor Pablo lo describe en 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”

Testimonios de Fe

A lo dispendioso de la historia, innumerables personas han incompatible en Jesús la respuesta a sus más profundas preguntas y anhelos. Desde los apóstoles hasta los mártires, y desde los reformadores hasta los creyentes contemporáneos, cada evidencia de fe es un recordatorio del poder transformador de Jesús. Sus vidas nos inspiran a seguir delante en nuestra propia marcha de fe, confiando en que Jesús es suficiente para todas nuestras evacuación.

La Invitación de Jesús

Jesús nos invita a todos a objetar a su pregunta con fe y sinceridad. En Mateo 11:28-30, Él dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi servidumbre sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis alivio para vuestras almas. Porque mi servidumbre es sencillo, y ligera mi carga.” Esta invitación es una promesa de paz y alivio para aquellos que confían en Él.

La pregunta “¿Quién es Jesús para mí?” es la más importante que podemos objetar en nuestra vida. No solo define nuestra relación con Altísimo, sino que además nos supervisión en nuestro caminar diario. Al reflexionar sobre esta pregunta, somos llamados a una fe más profunda y a una vida de obediencia y servicio. Que cada uno de nosotros pueda objetar con la misma convicción que Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Altísimo viviente.”

¿Por qué murió Jesús? Él no fue un chalado suicida, que había perdido las ganas de radicar; siquiera era un revolucionario social, que pagó el precio osado de sus ideas. No fue un delincuente, condenado por sus delitos. Todo lo que había hecho, mientras vivió en la tierra, fue en confianza del ser humano. Entonces, ¿por qué lo crucificaron?

Cuando, aquella tarde, la multitud gritó: «¡Sea crucificado!», no estaba haciendo otra cosa sino cumplir el plan trazado desde antiguamente de la fundación del mundo: Jesús tendría que caducar; el encajado tendría que entregar su vida por los injustos. Era la única modo de redimir al pecador.

El hombre había caído, y estaba condenado a la asesinato. No se trataba solo de la asesinato eterna: la vida, en esta tierra, sería, para él, un permanente caducar cada día, lentamente, de a poco… Pero, Jesús nos amó tanto que dejó todo en el Reino de los cielos, y morapio a sufrir la asesinato que nosotros merecíamos.

Pasarán los siglos, y la gloria no será suficiente para entender la inmensidad del acto sexual de Altísimo. ¿Por qué tendrías que radicar, entonces, cargando el peso de la pecado o pensando que no tienes el derecho de ser eficaz? El precio de tu delito ya fue pagado; tus pecados ya han sido perdonados. Todo lo que descuido es que digas qué harás con Jesús, llamado el Cristo.

Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado! —Mateo 27:22.

Pilato preguntó al pueblo lo que él haría con Jesús. ¿Por qué necesitaba preguntar? Nadie te puede afirmar lo que harás con el Preceptor; eres la única persona que puede objetar a esta pregunta. ¿Qué harás con su sacrificio? ¿Habrá amado la pena que él muriera por ti?

Es lamentable que, muchas veces, tenemos miedo de contraer la responsabilidad de una respuesta; preferimos que otros decidan. Pero, cuando se tráfico de la vida espiritual, nadie puede objetar por ti. Jesús ocupó tu circunstancia en la cruz, a fin de que tú no le dieses el circunstancia de tu responsabilidad a nadie. La respuesta es solo tuya, y de eso depende tu destino perdurable.

Hoy es un nuevo día en tu vida. Podrá acaecer sombras, o tempestad o truenos, pero es un nuevo día; un día para atreverse. Lanzarse es radicar; o caducar: depende de lo que harás tú con el sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario.

Sal con este pensamiento, recordando que «Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!»

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